Un trabajo que escribir, una hoja que llenar y mis palabras que no se pueden unir ni complementar. Así de simple y a su vez así de difícil es tratar de terminar un borrador más.
Escribir, borrar, escribir de nuevo y volver a borrar. Tal vez sea la acción de la que más harta debo estar y sin embargo no debo saber la cantidad de veces que lo habré hecho sin pensar.
Las horas pasan y los ojos se me secan al frente de una pantalla con una hoja en blanco que muestra muchas palabras que también son pocas. La mirada sobre mi hombro de mi mamá que no entiende porque me cuesta tanto escribir me hace titubear. Su mirada hace que dentro de mi surja la gran necesidad de pedir disculpas al no poder ayudar en algo más ¿La razón? La hoja del borrador que trato de escribir sigue sin terminar.
El tiempo se me acaba al igual que mis ideas. La presión no es un elemento que necesite a la hora de pensar y sin embargo tal vez sea el compañero que jamás me va a faltar.
Cuando ya no se como continuar, tal vez un respiro me necesito tomar. Cuando de la pantalla me alejo, descubro que mi mamá, que me hizo sentir nerviosa al comenzar sigue ahí, pero la mirada que me da es justo la que necesito. Una sonrisa cómplice que compartimos al nuestros ojos conectar me la idea para un cierre, pues ella me sigue esperando en silencio al ver como mi mayor esfuerzo estoy dando al finalizar.
Planteo una pregunta para terminar y así decido evitar el final. Las opciones que esto me puede generar son tan infinitas que no te las puedo contar. Al menos de que nos veamos en un borrador más.
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